La respuesta corta es no. En un mundo ideal, todos tendríamos trabajos estables que aporten valor a la sociedad y generen riqueza, y compartiríamos un sistema de valores donde el sentido del deber, el amor, la razón y la gratitud hacia el sistema en el que vivimos predominen. En este escenario, donde cada uno se esfuerza por ser su mejor versión y reconoce la importancia de los bienes públicos, podríamos vivir pagando impuestos sin conflicto.
En un mundo donde muchas personas trabajan arduamente, y otras se aprovechan de fallos en el sistema, la percepción de los impuestos cambia. Desde quienes trabajan intensamente en campos, oficinas o consultorios, hasta aquellos que parecen evadir el esfuerzo y explotar las lagunas del sistema, la desigualdad es evidente. En este entorno, donde el trabajo sostiene a quienes no desean hacerlo y donde el esfuerzo se redistribuye entre quienes no aportan, los impuestos pueden parecer un robo.
financiar la reparación de calles, el mantenimiento de parques, la asistencia a los necesitados y la protección de quienes no pueden valerse por sí mismos. En un mundo ideal, los impuestos se destinarían a estos fines públicos que todos valoramos. Pero en la práctica, el dinero se filtra: parte se usa para cubrir necesidades públicas, mientras que otra parte va a manos de políticos corruptos, empresarios cómplices y aquellos que viven sin trabajar.
Aunque pagar impuestos es un acto de responsabilidad y patriotismo, la cuestión que debemos cuestionar es cuánto debemos pagar y por qué. No es lo mismo que los impuestos provengan de tu trabajo o ventas que de tus autos, tu lugar de residencia, o una estimación arbitraria de tus ingresos futuros.
La injusticia y discriminación hacia quienes tienen más, como si poseer fuera un pecado, aleja a las personas del sistema. Esto causa el deterioro de los bienes públicos, como calles rotas y salarios bajos, y es responsabilidad de los gobiernos solucionar este problema. Si no lo hacen, deberían rendir cuentas ante la sociedad.
Estas innovaciones ofrecen una forma de almacenar riqueza en una red segura y anónima. La blockchain permite a los usuarios tener control total sobre su riqueza sin necesidad de revelar su identidad, a la vez que proporciona transparencia para verificar fondos de manera pública.
Podemos aceptar el estigma que asocia a los usuarios de blockchain con actividades ilícitas, o podemos comprometernos a usarla de manera responsable y transparente, denunciando prácticas ilegales y fortaleciendo un entorno sano.
En resumen, los impuestos son necesarios para mantener servicios públicos que todos usamos. El problema radica en el abuso y la discriminación por parte de los estados. Nadie debería pagar más impuestos simplemente por poseer bienes de lujo, ya que estos bienes ya han sido gravados en etapas anteriores.
Es momento de reflexionar sobre la creciente popularidad de la blockchain y decidir si acompañamos el cambio o permanecemos en la ignorancia.
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